Por: Lucas Bendayan
Situación única e inolvidable. Tuve la suerte de vivir la
despedida de un grande. Si, un grande desde todos los aspectos, goles, humilde,
grandote. Ni bien salieron a la venta las entradas para concurrir, un amigo me
envió un mensaje comentándome la situación, y después de muchas discusiones
decidimos dirigirnos al barrio de la boca en busca de un lugar en esa popular
tan conocida en todo el mundo. Y las conseguimos, y una de mas para otro
compañero que también iba a concurrir.
Y llegó nomás el día en donde el protagonista iba a escribir
el último capitulo de toda su historia profesional como jugador. Todos los
colectivos de líneas que se dirigían hacia el estadio parecían contratados para
ello, lleno de gente con la azul y oro y cantando y con muchas ganas de que ese
viaje llegue a su fin. Y cuando me baje, caminé hasta el punto de encuentro con
mis amigos, pero tuve que esperar un rato largo porque al parecer dieron la
vuelta al mundo y viajaron por el pasado, conocieron a Almirante Brown y
Villafane que murieron hace años y luego llegaron.
Pasos y pasos, transitamos metros y metros, nos cruzamos con
policías que nos indicaban el camino incorrecto, pero pudimos encontrar luego
de minutos la larga fila que debíamos hacer para ingresar. Si me preguntas
cuantos metros había desde el final de la cola hasta la entrada, fácil seis
cuadras. Pero buen, así lamentablemente esta manejado.
Después de largos minutos en el que tuvimos el agrado de ver
a el director técnico que mas le dio al club en toda la historia, y también
observar pero sin admiración alguna a Jefe de gobierno actual pasando por al
lado nuestro, que le grite “arréglame las cloacas” pudimos ingresar al estadio.
Me olvidaba, además una periodista colombiana del medio “RCN” nos
entrevistó preguntándonos si era un día “felíz o triste”. Y mi respuesta fue
feliz.
Ya adentro, descontrol y emoción, fueron las palabras que
describen lo que vi. No había lugar ni para apoyar los pies, tanto que encontré
un espacio de escalón que tuve que agarrarme del para-avalanchas para no
caerme.
El encuentro estuvo entretenido, volví a ver a jugadores
como Bermudez, Cordoba, el “chicho” Serna, y principalmente al dueño de
la fiesta, el máximo goleador boquense en toda la historia, Martín Palermo.
Y así fue, la fiesta se vivió y el calor se sintió. Los
barras bravas pasaban por adelante mío y de mis amigos con botellas y botellas
de bebida –cosa que te lo sacan los policías al entrar a las canchas- mientras
que nosotros estábamos sofocados y con la boca mas seca que un rió de la zona
pampeana en invierno.
Terminó el encuentro y la ceremonia y nos decidimos a
retirarnos y a buscar un lugar para ingerir productos comestibles y bebibles.
Ya viéndolo desde lejos y ya pasado el evento, junto a mis
compañeros podríamos haber disfrutado mucho mas si, o llegábamos antes o íbamos
a otro sector de la cancha, porque todos los factores que explique antes no me
dejaron pasarla de la mejor manera. Pero sin dudas, que el día 4 de febrero de
2012 no me lo voy a olvidar nunca más.
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